A lo largo de la historia, la Iglesia Católica siempre ha mantenido una posición bastante concreta y cerrada frente a todas aquellas personas que sentían su sexualidad de una forma diferente, o sencillamente, querían ir más allá para explorar nuevos deseos y caminos. El sexo en la Iglesia Católica siempre ha sido un tema tabú, algo que es tratado como pecaminoso en sí mismo. La defensa a ultranza de la familia tradicional, compuesta por hombre, mujer y sus hijos, ha seguido hasta el día de hoy. De hecho, hasta hace muy poco tiempo, la Iglesia era uno de los soportes básicos de la discriminación contra gays, lesbianas, transexuales y bisexuales, por considerarles personas desviadas que se habían apartado del camino recto del Señor por caer en la tentación de sus oscuros deseos sexuales.
La influencia de la Iglesia en todos los poderes fácticos durante estos siglos permitió que esa visión discriminadora y acusadora se extendiera prácticamente a toda la sociedad, e incluso al poder, que durante siglos ha perseguido a las personas con otras orientaciones sexuales. Muchas de ellas simplemente se travestían, por gusto, por pasión ante esa posibilidad de cambiar de personalidad, pero también estaban en el punto de mira por ello. Sin embargo, dentro de la propia Iglesia Católica se han conocido casos de transformismo y travestismo, que tal vez nos hagan ver con otros ojos a esta institución, o que al menos deberían hacer reflexionar a los que forman parte de ella sobre la manera en la que se mira a estas personas, totalmente normales, y cómo se las acusa de pecar por el simple hecho de vestirse diferente.
La iglesia en contra del transformismo
El transformismo es el gusto de una persona por vestirse y maquillarse a la manera del otro sexo, para hacerse pasar, de hecho, por un hombre o una mujer, dependiendo del caso. Es algo bastante habitual desde hace siglos, aunque en muchos países ha estado perseguido, especialmente aquellos donde la Iglesia tenía bastante poder sobre el gobierno de turno. El transformismo tiene que ver con el deseo de una persona por vestirse y actuar como otra del sexo contrario, aunque no tiene que derivar estrictamente en un desea transgénero. Sea como fuere, la Iglesia entendía que esta práctica se salía delo “normal”, de lo que ellos consideraban como algo lógico, y evidentemente se oponía por completo al transformismo, en la defensa de su visión cerrada de que un hombre siempre va a ser un hombre, y una mujer siempre será una mujer.
Santa Marina y el travestismo
Si hay un caso realmente sorprendente de travestismo dentro de la Iglesia Católica, ese es el de Santa Marina. La chica vivió sus primeros años junto a su padre, que la crío solo después de perder a su esposa. Cuando Marina tuvo la edad suficiente, éste quiso buscarle un buen matrimonio, pero su hija se negó a separarse de él. Como el padre quería entrar como monje en un monasterio, decidieron cambiar por completo el aspecto de Marina y hacerla pasar por un chico. El ardid funcionó, y la chica, ahora Marino, vivió en el monasterio durante años. Por un incidente acaecido en una posada, fue acusada de violar a una joven, y decidió acatar la decisión sin desvelar su verdadero sexo. Marino fue expulsado del monasterio por ello y tuvo además que hacerse cargo del hijo de la chica violada. Solo cuando murió, años después, se comprobó que había engañado a todos y que en realidad era una mujer.
El caso de Catalina de Erauso
Otro de los casos más sorprendentes es el de la española Catalina de Erauso, conocida popularmente como la Monja Alférez. Catalina nació en una familia humilde y como no logró aunar una buena dote para casarse, acabó dentro de un convento de monjas. Sin embargo, aquel ambiente no era para ella, y la chica huyó con apenas quince años, viajando de ciudad en ciudad completamente sola, lo que empezaba a levantar muchas sospechas. Por eso, la joven decidió travestirse y actuar como un hombre, algo que no destacaría tanto. Ante la necesidad de encontrar un futuro, Catalina decidió enrolarse en uno de los barcos que iban hacia las Indias, y allí se convirtió en soldado, ganando enseguida fama de aguerrido y valiente.
Tanto es así que acabó convertida en alférez y portaestandartes del ejército de España, un puesto de auténtico honor. Durante toda esa parte de su vida, Catalina demostró ser tan aguerrida y buena en el campo de batalla como cualquier soldado, y mantuvo a salvo su auténtica identidad, hasta que unos problemas con la justicia le hicieron pedir un favor personal al arzobispo de Cuzco, confesándole toda su historia. Regresó a España, donde se presentó ante el rey Felipe IV con su intención de seguir estando vinculada al ejército, a pesar de que ya todos sabían que era una mujer. Gracias a la intervención del mismísimo papa Urbano se le permitió seguir guerreando, con ropas de hombre para no ser distinguida del resto, y acabó muriendo años después en el Nuevo Mundo, convertida ya en toda una leyenda.
¿Hay travestismo y tranformismo en la iglesia actualmente?
La iglesia Católica es una institución que se basa principalmente en la imagen que proyecta a los demás. Al seguir una serie de dogmas e imponerlos al resto de la comunidad cristiana, se asume que los propios monjes, cardenales, arzobispos, curas, monjas y hasta papas deben dar una imagen correctísima, de ejemplaridad absoluta, para servir de inspiración al resto. Si un sacerdote afirma que la gente que se traviste son personas desviadas y luego nos enteramos de que él también lo hace, quedaría como un auténtico hipócrita. Claro que como ya hemos comprobado, no faltan casos de este tipo en la iglesia, al menos en el pasado.
Si estudiamos la situación actual seguramente también encontraremos algunos casos de este tipo, ya que la vida que han llevado los sacerdotes y monjes, por su reclusión y por su castidad, puede ser un camino directo hacia este tipo de prácticas, por donde dejan salir sus deseos sexuales reprimidos. Sin embargo, estos casos no suelen salir a la luz porque como comentábamos, se toma como un auténtico tabú. Basta decir que todavía se sigue llevando a cabo el ritual de sentar al nuevo papa en el sillón especial donde, supuestamente, alguien comprueba de manera fehaciente que es un hombre, aseverándose de que su masculinidad esté presente entre sus piernas…